Crónica: YOLANDA LLOPIS | Fotografías: RAMON HORTONEDA
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La tarde es bochornosa y ni siquiera subir a Montjuic nos da algo de tregua. Da igual. ¿Para qué, si tenemos por delante 1 hora y 50 minutos de baile a ritmo de bachata, merengue, salsa y todo aquello que resuene a Caribe?
Tenemos cita con Juan Luis Guerra. Casi un año exacto después de su paso por la ciudad, Barcelona vuelve a recibirle con ganas, tantas como el sold-out de un Palau Sant Jordi puede indicar.
10 minutos antes de las 21h, se apagan las luces. Por un momento recuerdo aquella vez en Razzmatazz, cuando Calamaro empezó su concierto antes de tiempo, desconcertados sin saber si estaba realizando pruebas de sonido o las ganas de actuar se habían vestido de impaciencia. Pero no, los ritmos tropicales que inundan el Sant Jordi son de un DJ que se preocupa en caldear (¿¿todavía más??) el ambiente.
Unos 20 minutos de luces en el escenario, y abanicos en la pista. Tras ellos, sonidos de mar y gaviotas para desmontar la mesa de mezclas. Probablemente son las olas de la playa de Miches, a cuyas orillas se filmó su trabajo más reciente, “Entre Mar y Palmeras”, un repaso de sus mayores éxitos. Sí, tal vez sí nos estamos derritiendo en alguna playa y no en el Sant Jordi. Pero la ola final no es de agua salada, sino de emoción desbordada cuando, tras ocupar posiciones los 13 músicos de la banda, los 4.40, aparece bajo su inseparable boina, el 1’92 de altura de quien probablemente sea uno de los mejores músicos en activo. Más de 35 años de carrera, 27 Grammy latinos, 2 estadounidenses, 11 latin Billboard, más de 30 millones de discos vendidos… cifras de vértigo que acompañan al dominicano más célebre de la historia y a sus temas, cantados y bailados universalmente.
Así que, al lío, ¡¡que hemos venido a gozar!! Y esto va a ser un no parar de éxitos, como augura el inicio con “Rosalía” que “Como tú no hay ninguna”, y yo “Tengo la llave de tu corazón”.
“¿Cómo están? ¿Al lado, al fondo?”, nos pregunta. Echo de menos algo de nitidez en el sonido, y más sabiendo la calidad de la banda desplegada en el escenario. Y es que menudo solo se marca el trombonista en “Vale la pena”, o uno de los guitarras en “Como yo”, mientras las luces pasan del rojo al azul, del azul al rojo, como bombeando el corazón. O tal vez el bombeo es de bailar “Kitipun”, justo antes de un medley de salsa repleto de hits. “A ver si se acuerdan…” nos dice, solo una milésima de segundo antes de que 15.000 personas estemos cantando “Querida mujer, dos puntos, no me hagas sufrir, cooooma”.
Un par de merengues, fundido a negro y pausa para coger algo de aire, ahora que ya no queda un alma sentada. Los laterales de la pista, o cualquier rincón entre gradas, son buenos para practicar unos pasos de salsa.
El piano anuncia un nuevo medley, esta vez de melodías románticas y bachata. 7 minutos en que cantamos “Frío, frío” (¿¿qué será eso??), o “Quisiera ser un pez”.
No hay tregua para el público ni para los músicos, aunque sí para Juan Luis Guerra, que discretamente desaparece en varias ocasiones para reponer fuerzas.
Los gritos de exaltación del público ponen toda la atención en la petición de mano que las cámaras se encargan de capturar y mostrar en las pantallas. ¿Qué otro momento de mayor felicidad podrían haber escogido sino éste?
Tras la presentación de los músicos, el dominicano reaparece “Buscando Visa” y cantándole al mal universal, “El costo de la vida”.
La lluvia que no se espera fuera, aparece en el interior del Palau Sant Jordi, donde, tras una nube negra y un paraguas, empieza a llover café. Pa’que en Barcelona, oigan este canto. Y lo oímos todos, como se encarga de repasar el artista, enumerando una por una las banderas reunidas esta noche. Latinoamérica presente.
“El farolito” y “Las avispas” pretenden dar fin al concierto, aunque todavía nos faltan 2 temas reservados para que los bises dejen la noche en todo lo alto. “Bachata rosa”, y el subidón de bilirrubina.
Son las 23:10, Barcelona, 4 de julio y empezamos a salir hacia la explanada de l’Anella Olímpica de Montjuic felices, canturreando, aún con restos de baile en nuestros pies, y empapados. ¿Será que ha llovido esta noche?