Las 12, la Sala Apolo, y todo preparado para convencer al público menos incondicional y más proclive a porfiar “¿cuándo nos vamos?”: repertorio de canciones, sugus, trompetas, flautines, silbatos… Y el instante inaugural coloreado con confeti. Elementos atinados pero insuficientes para un público implacable. Un Shuarma a la altura de la pequeñez, un artista capaz de contar historias, convertir al público en músico accidental o desencadenar el frenesí provocando ladridos delirantes.
Elefantes, con su acertada selección de temas, desde Lo más pequeño. hasta Piedad, y poniendo a prueba la resistencia del escenario en Descargas eléctricas, conectó con el espíritu de niños y niñas, rescatando influencias de su propia infancia a través de Gloria Fuertes o José Luis Perales. Con su habitual solidez y contundencia, propició una fantástica unión intergeneracional, en un clima de fervor y participación en el que no se oyó ni un solo “Quiero irme”.
Texto: Cristina López
Fotografías: Eva Ortiz